Llevamos nuestras esperanzas cosidas al cielo del paladar, a la sombra de la axila, a la dulce cadera, al vello más suave. Mientras se perpetra el desmontaje en cadena de la vida conocida de este planeta antaño vulnerable y seguimos recibiendo las mismas hostias en otra e idéntica mejilla (que levante la mano quien no), basamos nuestro reducto de imbécil optimismo a partir de pasar de la diversión adocenada y construirnos los propios juguetes, de escupir la rabia y el miedo como un bumerán que regresa herido, de alimentar nuestro particular cielo minúsculo (esa tendencia natural del ser humano) con las cosas importantes, todas gratis.
Seguimos acogiendo en nuestra almohada clandestina a quienes subvierten los sueños
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