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Solíamos pasear por la noche. Escuchábamos las melodías populares de las emisoras canadienses o las clásicas de los Estados Unidos. Imaginaba el coche visto desde arriba: una pequeña bolita negra arrojándose por la superficie de la tierra, libre como un meteoro y quizás predestinada hacia la muerte. Atravesábamos paisajes de nieve azul. La calefacción iba al máximo. La corteza helada conservaba un rayo de luz de luna, igual que lo hace el agua ondulante.
A esa velocidad no nos ataba nada. Podíamos catar todas las posibilidades. Había algo desdeñoso en nuestra velocidad. Éramos conscientes de nuestro desprecio. Y había algo de miedo en esa velocidad. Huíamos de nuestra mayoría de edad, de la iniciación real y adulta que nos forzaba a elegir algo feo concreto entre una serie de generalidades bellas.
En algún momento de estos paseos, me hice a mí mismo una propuesta de la siguiente forma: tío, puedes ser elegido para muchas cosas en este, el mejor de los mundos posibles. Hay muchos poemas maravillosos que escribirás y por los que serás aplaudido, muchos días desérticos en los que serás incapaz de apoyar la pluma sobre el papel. Muchos coños maravillosos en los que estar, diferentes colores de piel que besar, diversos orgasmos que experimentar y noches en las pasearás tu sensualidad solo y amargo. Habrá cumbres de emoción, intensos ocasos, percepciones gloriosas, dolor creador y muchas llanuras mortíferas de indiferencia en las que no será tuya ni tu propia desesperación. Habrá muchas bazas de poder que podrás jugar con crueldad o benevolencia, muchos grandes cielos bajo los que tenderte y felicitarte por tu humildad, mucho remar en galeras de sofocante esclavitud. Eso es lo que te espera.
Ahora, tío, esta es la propuesta: supongamos que pudieras pasar el resto de tu vida exactamente como en este mismo instante, en este coche que se lanza hacia el campo cubierto de matojos, justo en esta parada de la carretera pegada a la fila de blancos indicadores, pasando siempre por ellos a ochenta millas por hora, oyendo vibrar esta canción de máquina tocadiscos que habla de rechazo, con este determinado cielo de nubes y estrellas, y dentro de tu mente esta sección transversal de la memoria, ¿qué escogerías? ¿Cincuenta años más en este coche o cincuenta más de logros y fracasos?
No dudé nunca de la elección.
Que siga todo como ahora. Que la velocidad no disminuya nunca. Que la nieve permanezca. Que nunca desaparezca la comunión con mi amigo. Que nunca encontremos otras cosas que hacer. Que nunca nos tasemos el uno al otro. Que la luna permanezca en este lado de la carretera. Que las chicas sigan siendo una impresión dorada en mi mente como el halo de la luna o el brillante resplandor del neón sobre la ciudad. Que el ordenado latido de la guitarra eléctrica siga declarando:
Cuando perdí mi amor
casi pierdo la cabeza
Que los bordes de las colinas estén a punto de aclararse. Que las hojas no oculten los árboles. Que las negras ciudades duerman en una larga noche como la amante de Lesbos. Que los monjes de los monasterios medio derruidos sigan orando en latín a las cuatro de la madrugada. Que Pat Boone se mantenga en el primer puesto del ‘hit parade’ y les diga a los turnos de noche de las fábricas:
Fui a ver a una gitana
y me dijo la buenaventura
Que la nieve dignifique siempre los cementerios de coches de la carretera de Ayer’s Cliff. Que las barracas selladas de los vendedores de manzanas no exhiban nunca frutos brillantes ni rastro de sidra.
Pero que yo siga recordando lo que ahora recuerdo de los pomares. Que conserve en una décima de segundo maravilloso fantasías y reminiscencias que pongan al descubierto todos los estratos como una muestra geológica. Que el Cadillac o el Volkswagen corran como un milagro, como una bomba, que vuelen.
Ni siquiera quiero escribir en la niebla del parabrisas.
No dejes que las guitarras aflojen la marcha.
Dulces sonidos, no me rechacéis.
Que las palabras continúen como el paisaje del que nunca salimos.
Que perdure la última sílaba.
No se nos espera ni se nos añora.
Hasta la vista, señor, señora, rabino, doctor. No olvide su cartera de viajante con las muestras de aventuras. Mi amigo y yo seguiremos aquí, en nuestra banda de velocidad limitada.
Leonard Cohen. El juego favorito, editado por Edhasa. Adaptación del capítulo 12.
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