Uno levanta el puño, porque sí, por vergüenza obrera, por solidaridad con los currantes, con los abuelos rojeras, con los luchadores, por solidaridad social a secas, por espíritu comunitario, por lo que quiera que sea -que motivos no faltan-, porque todavía se puede hacer, porque todavía existe la memoria, porque le queda conocimiento de la historia, porque sí, o porque no, porque ya no, ya no y ojalá nunca jamás; y se va quedando cada vez más solo en este país, el cual, una vez pasada la fiebre de la democracia recién estrenada, una vez desahogadas las bocas calientes, una vez crecidos los niños de la libertad, se muestra cada vez más a las claras como lo que es: un estado rancio, conservador, beatucho, derechoso, socialmente miedica, políticamente timorato, reverente hacia el señorito de siempre, receloso ante cualquier cota de independencia ajena pero también propia. Fútbol y toros, los grandes debates. El resto es ‘sí, señor’ y amplificar la voz de su amo. O quizás no sea siquiera este país, sino el signo de los tiempos, de los malos tiempos, de los tiempos que están cambiando, o de los que tendrían que cambiar.
Una, que soy yo, levanta el puño aunque haya renunciado hace tiempo a las izquierdas. Una levanta el puño para ponerse a escribir porque sabe a quien le debe su voz quien no la ha subastado en el mercadeo: precisamente a los asustados, a quienes no tienen voz para defenderse, a quienes han olvidado, a quienes no osan, no quieren, no saben; es a ellos a quienes se habla. Una levanta cinco dedos cerrados y cuando baja la pluma se encuentra esto y piensa, tras mucho pensarlo, que mañana saldrá a la calle para encontrar semejantes, y que espera tirar para adelante con algún dudante más.
La crisis que la pague la banca, que la pague quien ha seguido anunciando beneficios muchimillonarios todos estos meses, que la pague Botín, por ejemplo, que la paguen los ministros, los expertos que nos metieron en esto a sabiendas, los especuladores que han jugado a la ruleta con bienes comunes, que la pague el Fondo Monetario Internacional, que la pague quien puede pagarla, quien hace alarde de ello. Pero que no la pague el pobre diablo, el pobre ignorante, el pobre y basta. Que no la pague el precario, ni el parado, ni el jubilado, ni la infancia, no los indefensos, no los más expuestos a la intemperie. Que no la pague quien tiene poco, que la pague quien va de sobrao.
Una, mañana, estará de huelga a su manera: en la calle sí, pero sin bandera, en la calle pero sin sindicato, al sol, vibrando como si fuese primavera, mirando a los ojos, en la calle, rondando en las aceras una hermana, un hermano al que tomar del brazo, con quien hacer de veras un mañana, no otra huelga. Mañana estaré en la plaza sin consignas (ya vale con la de antes), mañana no tendré blog.
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